Todos los días saludamos a personas sin pensarlo demasiado. Un “buenos días” al vecino, un “hola” rápido al compañero de trabajo, o incluso un simple gesto con la cabeza. Son cosas que hacemos en automático, como si fueran una formalidad más del día a día.
Pero, ¿te has detenido a pensar en el impacto que puede tener un simple saludo.
Un saludo puede ser lo único amable que reciba una persona en todo el día. Es un reconocimiento de que esa persona existe, de que la ves, de que importa. En un mundo donde cada vez vamos más rápido, donde todos miran su celular más que a los ojos del otro, ese “buenos días” puede ser un recordatorio de humanidad.
No cuesta nada. No requiere tiempo. Pero puede cambiarle el humor a alguien, suavizar un mal momento o simplemente abrir una conversación que necesitaba empezar.

Hoy te invito a notar eso: ¿a cuántas personas saludaste realmente con intención?
Y más importante aún, ¿a cuántas personas no saludaste porque ibas con prisa, con los audífonos puestos o simplemente distraído?
A veces, lo más pequeño y cotidiano tiene un poder inmenso.